Las Batallas del Abuelo Cebolleta

26.04.2016 23:57

Soldados del archiduque Carlos de Austria intentan cruzar el puente de Santa Cruz para la conquista de Requena. Dibujo de J. Masiá.

 

                Los nacionalistas son grandes aficionados al sadomasoquismo, que practican a ojos vista de todo el mundo. Cuando más derrotas y humillaciones sufren, más se excitan. Entran en el éxtasis orgiástico cuando su nación, más que su madre la Madre, es vapuleada por el matón extranjero de turno, que después la posee libidinosamente y le limpia hasta la calderilla del monedero. Los hijos de la desdichada, cuyo padre no está ni se le espera, claman venganza contra todo lo que se mueva.

                Por estos lares se ha tratado de gozar de otro gran momento de látigo y cuero negro cada 25 de abril, cuando la amarillenta hoja del calendario nacionalista marca la derrota de la batalla de Almansa, subproducto del Once de Septiembre del catalanismo. Ya se sabe que los limpiabotas del pancatalanismo en la Comunidad Valenciana se conforman con refritos de pesada digestión, siempre y cuando tengan el marchamo de la senyera del mal embutido.

                A la hora de comulgar con ruedas de molino, la batalla de Almansa es de una textura ideal. Resulta que entonces, en 1707, las pérfidas tropas españolas de Felipe de Borbón vencieron a las fuerzas de los valencianos, los maulets, y los lladres que van entrar per Almansa se ciscaron en el sagrado. Quemaron Játiva, anularon los fueros y prohibieron el valenciano. Si no arrasaron la Alquería Blanca es porque todavía no existía Canal 9. Quizá los botiflers ya evitaran sus emisiones.

                En los cuentos infantiles la caputxeta vermella no se presta a relaciones maduras, pero en los relatos históricos las cosas son más complejas, aunque les pese a los nacionalistas de hola mi amor, yo soy tu lobo. La Guerra de Sucesión fue un conflicto internacional en el que lucharon soldados mercenarios, a veces bajo banderas muy distintas de las de su país de origen. En los campos de Almansa las fuerzas borbónicas, comandadas por un hijo ilegítimo de Jacobo II de Inglaterra, se componían de unidades españolas y francesas frente a las austracistas, con unidades inglesas, alemanas y portuguesas. La batalla, ganada por las primeras, fue importante, pero no decisiva y en años siguientes se temió que revertiera su resultado en la Península.

                Las contadas tropas valencianas, las del reino entonces partidario de Carlos de Austria (aspirante al trono de España), se encontraron aquel 25 de abril en Requena, según el padre Miñana, y se rindieron al poco sin grandes problemas. El reino de Valencia de 1707 sufría una espantosa guerra civil de fuerte contenido social, alejada de toda simplificación. Hubo valencianos partidarios de Felipe V que no aprobaron la abolición de los fueros. De hecho, el gobierno de aquel rey no restableció el derecho civil valenciano, pese a que respetó el de Cataluña y el de Aragón, porque a la nobleza de Valencia no le interesó preservar unas leyes que reconocían la libertad de testar.

                La abolición foral resultante de la batalla de Almansa tuvo más que ver con la pretensión de aumentar el poder del rey que con el deseo de unificar España. El reino de Navarra y las provincias vascas mantuvieron sus instituciones particulares bajo los Borbones por su fidelidad durante la guerra. La Valencia foral ya se encontraba muy mediatizada desde la corte en el siglo anterior a 1707 y mereció comentarios despectivos del estilo de conformarse con el mero nombre de reino.

Desde comienzos del siglo XVI se imprimieron obras en castellano en la ciudad de Valencia, en la que el grupo de Guillén de Castro brilló a gran altura a caballo de los siglos XVI y XVII. En la administración virreinal se empleó el castellano con frecuencia en tiempos del Barroco y cada vez más en ciertos municipios. Bajo los Borbones se consolidó como lengua oficial administrativa, pero el valenciano continuó siendo el idioma habitual de gran parte de los valencianos durante todo el siglo XVIII, al menos. Precisamente en aquel siglo comenzó a reivindicarse la lengua valenciana por parte de ciertos intelectuales.

                En Almansa, aunque le pese al pancatalanismo, no se libró una batalla entre buenos y malos, sino entre ejércitos multinacionales que apoyaron a los aspirantes al cetro español. De haber triunfado Carlos de Austria, lo que entraba dentro de lo posible, se habría convertido en Carlos III de Habsburgo y al instalarse en Madrid habría mantenido el sistema de Consejos, como el de Aragón, y entonces hubiera tenido que afrontar las quejas de sus súbditos de Valencia, Cataluña o Aragón, que habrían proseguido clamando contra las infracciones de sus fueros y constituciones, máxime ante la muy segura prosecución de la hostilidad entre la España de los Austrias y la Francia de los Borbones. Recordemos que franceses y austriacos se midieron militarmente en la Europa del XVIII en demasiadas ocasiones. Quizá se hubieran repetido episodios como los de tiempos de Felipe IV y Carlos II con los que el nacionalismo trenza su victimismo, el del agua pasada que quiere mover molino a beneficio de gentes con escasas ideas e inmensos apetitos.

 

Defensa del castellano en la Comunidad Valenciana